TALLER LITERARIO: Diecinueve vidas, diecinueve años (Micaela Sethman, 2do 1ra)


Tenía diecinueve años, era oficial. Como mujer ya tenía mi permiso para finalmente entrar en el mundo, en aquel del que tanto me habían hablado y nunca había podido presenciar. Una huella digital alcanzaba, una pequeña gota de sangre sobre la base de datos y listo, comenzaría a tener diecinueve vidas mientras elegía con un poco de cada una vivir la que se me antojara mejor.
Ahí estaba, un collar de perlas igual al que el resto de mi familia tenía, o al menos las mujeres de la misma. Era complicado de entender al principio. No fue fácil enterarme a los diez años de que era la hija de dos personas, que se habían conocido y enamorado de casualidad, en una de las vidas que les había tocado por el azar de sus collares. Y que habían renunciado, por ese amor a sus otras vidas. Era complicado sobre todo porque me condicionaba a buscar un amor como el de ellos cuando tuviera la edad suficiente y el hecho de no lograrlo, me angustiaba y asustaba.
No más miedos. No más angustias. No más espera. La gota de sangre de mi dedo había caído sobre la cuarta perla y mi dedo impregnado de tinta había entrado en contacto con el broche de plata.
Sentí cómo la vista se me nublaba y de pronto no veía nada mientras en simultáneo veía todo. Todo lo que durante años y años no había podido ver y sin embargo de una manera u otra había vivido. Era mucha información, demasiada hasta llegaría a decir, pero mi cerebro lograba comprender y sentir todas y cada una de las situaciones que finalmente eran recuerdos.
Una fuerte lluvia se desató. Hacía ya dos semanas que llovía un poco cada día y eso era bastante extraño en Buenos Aires cuando luego de entrar en el tercer milenio todo parecía haberse convertido en sequía.
Mi mamá dice que llueve cuando muchas mujeres cumplen la edad suficiente para conocer todas las vidas que se estaban perdiendo y que como a Dios no le gusta que el ser humano tenga tanto conocimiento se enoja y hace llover. No sé, a mí no me parece un castigo la lluvia y todo el asunto ese de Dios me parece una antigüedad.
-Ahora que conocés todo lo que debías conocer, llegó el momento de elegir ¿Vas a quedarte con todas tus vidas o vas a elegir tan solo una por el resto de tus días?- Me preguntó el hombre que me había atendido en aquel cuarto blanco.
Aquella pregunta me conmovió “el resto de tus días” ¿Era posible acaso que la tecnología, el estado y la ciencia hubieran logrado combinar el A.D.N con las computadoras para que un collar de perlas o cualquier otra joya nos permitiera vivir no como una persona, sino como muchas y sin embargo no hubieran logrado hacer nada para acabar con la mortalidad?
 A veces pienso que cuando en Buenos Aires no había sequía y llovía eventualmente la gente no necesitaba tantas vidas para ser feliz, que con una le alcanzaba y que nunca fantaseaba con encontrar una manera de vivir con tanta intensidad...
 ¡Basta! ¡Definitivamente tengo que dejar de querer vivir en el pasado siglos y siglos y siglos y siglos atrás!
Aunque… Tengo diecinueve años, es oficial. Ya tengo diecinueve años y soy una mujer que acaba de tomar la decisión más esperada e importante de toda su vida -o mejor dicho de sus vidas- Voy a vivir todo lo que pueda vivir, en cuantos lugares pueda, con cuantas vidas pueda y cuando quiera, porque ahora que conozco la lluvia tengo esperanzas de encontrar una vida sin sequía… Tal vez menos tecnológica, pero más retro. Eso me gusta. ¿Para qué negarlo?

(Texto producido en el marco del taller literario que dicta en el colegio todos los sábados la profesora Eva del Rosario)

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